¿Por qué siguen ganando la batalla cultural… los que perdieron la económica?

2025-08-30 · Pedro Tellería

Las izquierdas, los "Lefties", los socialistas (de todos los partidos políticos), los colectivistas ¿Cómo es posible que ideas que han fracasado sistemáticamente durante más de un siglo —desde el socialismo soviético hasta los experimentos latinoamericanos más recientes— sigan dominando la conversación pública? ¿Por qué, en medio de su historial ruinoso, los discursos colectivistas no solo sobreviven, sino que seducen y se imponen en universidades, medios, y hasta cenas familiares?

Porque no juegan a lo mismo.

Mientras unos trabajan, producen y callan… otros ocupan el lenguaje, las emociones y el espacio simbólico. Y eso, en la política de hoy, pesa más que tener razón.

1. El lenguaje como campo de batalla.
La primera trinchera es la lengua. Quien nombra, domina. “Violencia”, “Igualdad”, “Persona-Gestante”, “Discurso de Odio”, "Negacionista", "Hetero-Patriarcal", "Gordo-Fóbico", "Fascista", "Neo-Liberal", …
¿quién decide lo que significan? Ellos. Y al hacerlo, fijan las reglas del juego.

Esto no es nuevo: Orwell lo explicó con brillantez en 1984. Modificar las palabras modifica lo pensable. Y cuando “libertad” significa “sumisión”, ¿qué margen queda para resistir?

El truco es simple: vinculan sus ideas a conceptos moralmente incuestionables. ¿Estás contra su versión de la igualdad? Entonces eres un "Opresor". ¿Cuestionas su relato de género? Eres transfóbico. No necesitas argumentos, solo etiquetas que funcionen como bombas de humo.

2. Superioridad moral sin facturas.
El gran poder de la izquierda cultural no es la verdad, ni la eficiencia, ni los resultados. Es la "Moralidad Percibida".

Vienen a “salvar” al oprimido… aunque el oprimido sea una abstracción y el precio lo pague otro. Sus causas son siempre nobles, aunque sus medios sean autoritarios, y sus resultados catastróficos. Lo que cuenta es la intención. Y si cuestionas esa intención, el problema eres tú.

Este mecanismo les permite blindarse. No tienen que rendir cuentas, porque no están aquí para “ganar dinero”, “ser eficaces” o “construir prosperidad”. Están aquí para “luchar por el bien”. Y contra eso… ¿quién se atreve?

3. El mito de la redistribución solidaria.
La mayor estafa intelectual de nuestra era es presentar la redistribución forzosa como “solidaridad”. La solidaridad nace de la libertad. Si es forzada, es "expolio".

Pero el relato funciona porque apela al deseo de “ser buenos” sin asumir coste personal. Ellos piden que "el rico dé"… no que "ellos den". Y si el rico se resiste, lo demonizan. Porque en su mundo, generar riqueza es sospechoso; vivir de ella, un derecho.

4. La emocionalidad como arma.
“No son importantes los datos si hay una lágrima que mostrar”. Mientras los liberales sacan gráficos, los lefties sacan Historias (construyen la Narrativa). Historias de sufrimiento, de opresión, de víctimas y opresores. Repito: "No importan los datos si hay una lágrima que mostrar".

Esta es su ventaja real: no argumentan, conmueven. Y en un mundo hiper-saturado de estímulos, donde leer es un lujo y sentir es un clic, eso gana. Venden relatos, no razones. Y en la política actual, la razón es un lujo secundario.

5. La ocupación de las instituciones
Mientras unos montan empresas y pagan impuestos, otros conquistan escuelas, universidades, ONGs, ministerios. Y desde ahí moldean el pensamiento de generaciones. ¿Educación política? No. Moldeo ideológico. ¿Igualdad de oportunidades? No. Igualdad impuesta de resultados.

El aparato estatal les sirve de refugio, trampolín y arma. Y lo pagan… los que producen. Irónico, pero efectivo.

Conclusión.
Los colectivistas no han ganado la batalla de la realidad. La han perdido. Pero han ganado —al menos por ahora— la del relato, la del lenguaje, la de la moral pública.

Y si no queremos que nuestras sociedades sigan comprando humo ideológico envuelto en frases emotivas, tenemos que aprender a pelear en ese terreno.

No basta con tener razón. Hay que saber decirla. Hay que ocupar espacios, generar cultura, hablar en clave emocional sin ceder en la verdad. Porque, si no lo hacemos, otros seguirán hablando por nosotros… y cobrando con nuestro dinero.