Productividad sin progreso: la gran paradoja moderna

2025-08-25 · Pedro Tellería

Durante décadas nos han vendido una idea seductora: que el avance tecnológico y la mejora de la productividad traerían consigo una vida más fácil, más rica, más libre. Y, en parte, así ha sido. Pero también es cierto que esa promesa ha dejado un regusto amargo en buena parte de la población. Porque trabajamos menos horas, sí. Somos más eficientes, sí. Pero… ¿vivimos mejor?

La respuesta, para muchos, es un rotundo no.

1. Trabajamos menos, pero no ganamos más
Desde los años 70 hasta hoy, la jornada laboral efectiva media en Europa se ha reducido de unas 45–50 horas semanales a poco más de 32–35. Una victoria en términos de conciliación y bienestar, en teoría. Pero en la práctica, el descenso de horas no ha venido acompañado de un incremento real del poder adquisitivo.

El ingreso por hora ha crecido ligeramente, pero el total ganado al final del mes apenas se ha movido. La carga fiscal ha aumentado, los costes básicos del hogar (vivienda, energía, alimentos, transporte) han subido de forma sostenida, y mientras tanto, una parte del beneficio generado por la productividad ha ido a parar a unos pocos: los que innovan, los que invierten, los que dominan los sectores tecnológicamente avanzados.

2. ¿Dónde está el progreso?
La paradoja es evidente. Somos más productivos, y sin embargo, vivimos bajo una sensación crónica de estancamiento. ¿Por qué?

Primero, porque la riqueza generada no se ha repartido de forma proporcional. Los grandes beneficios han quedado en manos de los creadores de valor —empresarios, tecnólogos, grandes inversores— mientras que el trabajador medio ha recibido solo una fracción. Y segundo, porque buena parte de lo que ganamos se evapora en impuestos, costes crecientes o servicios ineficientes.

Sí, la música es más barata. La ropa también. Tenemos internet, entretenimiento, teléfonos inteligentes. Pero esos descensos de precio se han interiorizado, y hoy no se sienten como un avance, sino como una obligación mínima. En cambio, el acceso a una vivienda digna o a una alimentación sana se ha vuelto más caro, más exigente… y más frustrante.

3. Lo que nadie quiere decir: la vida tiene un coste
Hay una incomodidad creciente que muchas políticas públicas tratan de maquillar: la vida adulta implica sacrificios, y la libertad conlleva responsabilidad.

Podemos trabajar menos, claro. Pero eso implica menor salario y menor capacidad de ahorro. Podemos dedicarnos a lo que nos apasiona, pero muchas veces eso no paga las facturas. Podemos teletrabajar, pero entonces nos enfrentamos a nuevos retos: autoorganización, aislamiento, falta de límites.

El mito de la vida fácil ha sustituido al ideal de la vida plena. Y el resultado es una generación con más opciones que nunca, pero menos claridad sobre qué quiere, qué necesita y qué está dispuesta a sacrificar.

4. Lo positivo: más libertad, más elección
No todo es pesimismo. La transformación social y económica de los últimos 50 años ha traído mejoras reales. La automatización ha eliminado trabajos peligrosos y repetitivos. Las mujeres han conquistado el espacio público y profesional. La mayoría de las personas en Occidente vive sin guerras ni violencia estructural. Y la posibilidad de elegir —dónde vivir, qué estudiar, con quién convivir— es más amplia que nunca.

La pregunta es: ¿sabemos aprovechar esa libertad?

Porque lo que antes venía dado —una vida con sentido, un camino claro, una estructura moral— hoy hay que construirlo desde cero. Y eso requiere carácter. Requiere pensamiento propio. Requiere asumir que no todo es culpa del sistema, ni del gobierno, ni de las empresas.

5. El desafío: construir valor, no esperar favores
El futuro no será para los que se quejan de que todo está caro, sino para los que se preguntan: ¿cómo puedo aportar más valor al mundo?

La clave está ahí. En lugar de pelear por una parte más grande de un pastel que no hemos horneado, podemos empezar a hornear el nuestro.

Eso implica formación constante, visión estratégica, tolerancia al esfuerzo y una mentalidad de crecimiento. Implica dejar de pensar como víctimas y empezar a actuar como protagonistas. Nadie va a venir a salvarnos. Ni el Estado, ni la empresa, ni la tecnología.

La historia de los próximos años no será la de quién trabaja menos… sino la de quién crea más.

Conclusión: Libertad sí, pero con responsabilidad
Hoy tienes más opciones que nunca. Puedes vivir en otro país, estudiar gratis en internet, montar un negocio desde casa. Pero todo eso exige decisión, madurez, y una verdad incómoda: no todo el mundo va a llegar.

La meritocracia no es perfecta, pero la alternativa —la queja permanente, la redistribución forzada, la infantilización del ciudadano— tampoco lleva a buen puerto.

Al final, cada elección tiene un precio. Y quien no esté dispuesto a pagarlo, que no se queje de no obtener la recompensa.