La esclavitud moderna: ¿vivimos realmente en libertad?

2025-08-15 · Pedro Tellería

Durante siglos, la Esclavitud fue una mancha visible en la historia de la humanidad. Hombres y mujeres encadenados, desposeídos de su tiempo y de su vida, obligados a servir a otros bajo amenaza de castigo. Miramos atrás y nos escandalizamos: “¡Qué barbarie!”, decimos. Sin embargo, ¿estamos tan lejos de esa realidad como pensamos?

Hoy, nadie necesita cadenas de hierro para apropiarse de la vida de otro. Basta con otro mecanismo: el dinero. O mejor dicho, la apropiación sistemática de los frutos del esfuerzo ajeno.

El tiempo es vida. El dinero, su reflejo
Pensemos por un momento en qué es el dinero. No hablamos aquí de billetes o cifras bancarias, sino de lo que representan. Cada euro, cada dólar, es una pequeña fracción de nuestra vida. Es tiempo dedicado a aprender, a trabajar, a superarse, a aportar valor. Es el resultado de noches sin dormir, de problemas resueltos, de sacrificios voluntarios.

Por eso, cuando alguien se apropia de una parte significativa de ese dinero, no solo está quitándonos “cosas”, sino parte de nuestra vida. Si de cada 100 que generamos, 40, 60 o hasta 80 son arrebatados por otros —casi siempre bajo la amenaza de la ley y la moral social—, ¿no estamos hablando, al menos en parte, de una nueva forma de esclavitud?

No es una exageración retórica. Es una cuestión lógica: si yo trabajo para ganar mi libertad y mi dinero, y otro se lo queda (alegando razones “superiores”), ese tiempo ya no es mío. Estoy, en ese porcentaje, siendo forzado a entregar parte de mi vida a ese otro.

El mito de la redistribución “por el bien común”
El gran argumento de nuestro tiempo es la "Redistribución". El Estado, nos dicen, toma nuestro dinero para ayudar al desfavorecido, al que no ha tenido suerte, al débil. La intención, en teoría, es buena. Pero la pregunta esencial es: ¿puede el “bien común” justificar cualquier medio?

A lo largo de la historia, las mayores atrocidades se han cometido en nombre del bien. El problema no es solo filosófico; es profundamente práctico. Porque al entregar el poder de decidir qué es el bien a una élite política o burocrática, entregamos también la propiedad de nuestra vida. Y esa élite, inevitablemente, termina beneficiándose a sí misma antes que a los supuestos destinatarios del bien.

¿Y qué ocurre con quienes, por elección, deciden no producir, no esforzarse, no ahorrar? Libertad significa, por definición, poder elegir. Si alguien prefiere el ocio, el relax o la contemplación, nada que objetar. Pero la libertad conlleva responsabilidad. Elegir no trabajar no debe dar derecho automático a vivir del esfuerzo ajeno.

La solidaridad no puede ser obligatoria
La gran trampa moral del Colectivismo (frecuentemente llamado Comunismo, Socialismo, Socialdemocracia, Democracia-Cristiana, ...) es confundir solidaridad con obligación legal. Se nos repite que sin el Estado, la sociedad se volvería egoísta y cruel. Pero la evidencia histórica es la contraria: el ser humano es, por naturaleza, empático. Ha cooperado y ayudado mucho antes de que existieran los sistemas de seguridad social.

Cuando el Estado absorbe y reparte forzosamente nuestra capacidad de ayudar, no solo diluye la responsabilidad individual, sino que además limita los recursos disponibles para la auténtica solidaridad. No podemos ayudar a quienes queremos, como queremos, ni construir lazos comunitarios fuertes, porque cada uno se convierte en “donante forzoso” y beneficiario anónimo. El altruismo genuino se desvanece; lo sustituye la frialdad de la maquinaria estatal.

Excepciones necesarias: los realmente dependientes
No se trata de negar la protección a quienes no pueden valerse por sí mismos: niños, ancianos, enfermos, discapacitados. Aquí, la responsabilidad social es incuestionable. Pero eso no justifica que la masa de ciudadanos productivos sea tratada como una fuente inagotable de recursos para sostener cualquier forma de vida, elegida o no.

Y aún aquí, la pregunta es: ¿no sería más humano, más eficiente y justo, permitir que la ayuda fluya directamente, sin intermediarios, desde la responsabilidad individual y comunitaria?

Conclusión: ¿Eres dueño de tu vida?
La pregunta que debemos hacernos es incómoda, pero urgente: ¿Eres realmente dueño de tu tiempo? ¿O solo gestionas la parte que el Estado te permite conservar?

La libertad auténtica solo existe cuando somos responsables de las consecuencias de nuestras decisiones. La solidaridad, para ser virtuosa, debe ser voluntaria. Cuando la generosidad se impone, se convierte en esclavitud. Y la esclavitud moderna, la que se disfraza de buenas intenciones, puede ser mucho más difícil de combatir que la antigua.

Quizás ha llegado el momento de mirar la historia de frente, y preguntarnos si queremos seguir siendo “esclavos con smartphone”… o empezar a recuperar el control sobre nuestra propia vida.